jueves, 27 de enero de 2011

LAS NUEVAS LEYES DE MURPHY: A MAYOR INCREMENTO DEL SUELDO DEL BURÓCRATA MAYOR INEFICIENCIA

LAS NUEVAS LEYES DE MURPHY: A MAYOR INCREMENTO DEL SUELDO DEL BURÓCRATA MAYOR INEFICIENCIA

Hasta hace unos veinte años, los cargos peor remunerados por el estado eran los de la justicia, el magisterio y la policía.
Pese a las muy malas remuneraciones, la nación contaba con muy buenos jueces, magníficos maestros y eficientes policías.
Hoy los jueces, los maestros y los policías tienen las mejores remuneraciones del sector oficial y muy superiores a cargos equivalentes dentro del sector privado.
Sería lógico suponer que ahora, muy bien remunerados tendríamos una justicia mucho más eficiente y confiable, un magisterio mas abnegado y dedicado y una policía sin tachas de mala conducta.
Miremos solo lo relativo a la justicia: hasta antes de la nueva constitución de 1991, Colombia tenía solo dos altas cortes: La respetabilísima Corte Suprema y el igualmente respetable Consejo de Estado. Integradas por un escaso  número de magistrados, tal vez menos de doce en cada corte, todos ellos de unirme prestigio e intachable conducta profesional y personal.
Hoy tenemos muchas “Altas Cortes” como se ha dado en llamarlas: Corte Suprema, Corte Constitucional, Consejo Superior de la Judicatura, Corte Electoral, integradas todas por un alto número de magistrados, tal vez dos docenas por corte. Todos gozan de magníficos despachos, imponentes togas, y remuneraciones envidiables.  Y en escala un tanto menor, los jueces de todas las ramas, los procuradores,  fiscales y defensores del pueblo, cargos que antes no existían o por lo menos en número mucho menor, todos con remuneraciones millonarias.
Hace treinta o más años,  en todos los pueblos y aún en algunas ciudades era necesario nombrar como jueces a honorables ciudadanos que no habían pasado por la universidad pero que administraban justicia con gran equidad. Eran los llamados “prácticos” o “empíricos” muchos de los cuales gozaban de justo buen nombre.  Se tenía que nombrar a esos “prácticos” pues los sueldos eran tan malos que los abogados graduados no se sentían atraídos por esos cargos y preferían litigar en la ciudad en lugar de ir a ganar un mal sueldo en lejanos municipios.
Como magistrados, jueces y subalternos se quejaban de “exceso de trabajo”, y de mala remuneración se multiplicaron los magistrados y los  juzgados. Y todavía inconformes se creó el sindicato que se permite paralizar la administración de justicia con huelgas y paros.
Por supuesto que todos los esfuerzos por dotar a la rama judicial de  mayor número de jueces y de dotarlos de muy buenos sueldos y de cómodos despachos, computadores, muebles, papelería,  etc., son laudables pues es de esperar con mejores remuneraciones, mejor estatus y mayores comodidades, se obtendría una justicia de más alta calidad. Alta calidad de la justicia, es que sea incorruptible, eficiente, ecuánime, practica, rápida, para aplicar aquella premisa ideal de tener “pronta y cumplida justicia”.
La pregunta que se hacen quienes tienen que entenderse con la justicia,  es si la justicia de hoy es de más alta calidad que la de hace veinte o más años. Épocas en las cuales los jueces no contaban ni siquiera con suficiente papel para escribir sus sentencias, ni mucho menos con computadores, personal subalterno, despachos cómodos ni sueldos millonarios.  Quiero ser prudente y no absolver esta pregunta.
Sin embargo me he encontrado con que ya alguien había descubierto las nuevas leyes de Murphy que dicen: A mayor incremento del sueldo del burócrata mayor ineficiencia.  Y que se complementa con el famoso principio de Peter: Todo incremento de personal, acarrea más incremento de personal.

martes, 11 de enero de 2011

Margarita Mendoza de Villamizar

Margarita Mendoza de Villamizar
*8 de enero de 1940 - + 7 de enero de 2011
“A mi todo me sale bien”, era la famosa frase con  que  Margarita respondía todas las objeciones y prevenciones que se le hacían cuando emprendía a contravía una actividad, o se retrasaba para tomar un vuelo, o se empecinaba en obtener un objeto que ya no se conseguía en ninguna tienda, o en que le cambiaran algo que había comprado y que al llegar a casa ya no le gustaba.
Y de verdad todo le salía bien: el avión la esperaba, el objeto deseado le llegada a sus manos, y la tarea que se había impuesto la terminaba exitosamente.  Era una optimista y una terca de nacimiento.
Su vida discurrió apaciblemente, y sus primeros recuerdos de niñez la llevaban siempre a Pamplona en donde la casa de sus tías Mendoza asistió a la primaria y en donde aprendió lo que toda niña de esa época debía saber: bordar, tejer, dibujar y hacer postres y ponqués. Y de verdad que lo aprendió muy bien. Ya veremos este aspecto de sus habilidades.
Bogotá la recordaba como la ciudad en donde estudió su bachillerato, interna en el colegio Alemán de Santa Clara, y las fotos de las colegialas la muestran con sus amigas de siempre, sonriente y juguetona.
También Bogotá era una meca de sus viajes y varios viajes al año para compartir con su hija, yerno y nietos, y por supuesto, para hacer compras, uno de sus deportes favoritos.
Pero fue definitivamente su amada Cúcuta la ciudad que resumió su vida: En Cúcuta nació, acá celebró sus fechas más importantes, cumpleaños, primera comunión, noviazgo (fue mujer de un solo novio) su matrimonio a los 20 años, la llegada de sus cuatro hijos, el cumplimiento de las primeras metas en compañía de su esposo: la compra del primer carro usado, del endeudamiento para comprar la primera casita, el fructificar de los esfuerzos comunes, la bonanza económica que le permitía ser espontanea y largamente generosa.
Las etapas de su vida fueron jalonadas de gratos eventos y recuerdos: las Nochebuenas en Chinácota, la celebración de los cumpleaños, las etapas de los hijos: bautizos, primeras comuniones, etc., eventos que le daban la oportunidad de preparar minuciosamente los detalles del acontecimiento y de premiar a todos con sus famosas tortas y ponqués.
Aun cuando su profesión, con título Honoris Causa era la de ama del Hogar, esposa, madre, abuela, dentro de ella había una profesional no graduada en el ramo del diseño interior, del dibujo, del bordado.  En algunas oportunidades se quejaba de que el papá (cosas de esa época) no la dejó ir a la universidad para estudiar arte, dibujo o diseño. El noviazgo y matrimonio también fueron otro impedimento para que lograra formación académica.
En sus primeros años de matrimonio cultivó con gran éxito la pintura sobre porcelana. Sus dibujos engalanan hoy las casas de sus hijos y de algunas amistades. Trazos precisos, manejo del espacio, colorido, detalles cuidadosamente terminados, perfeccionismo que la llevaba a borrar o desechar un dibujo que no la dejaba plenamente satisfecha, pero como a ella todo le salía bien, terminaba todo bien. Para cultivar esta afición se dotó de todo lo necesario, desde el horno para pintura en porcelana importado a su gusto, pasando por libros y revistas, y láminas para copiar.
Pero de un momento a otro, inexplicablemente guardo pinceles, aceites, pinturas y platos y baldosas que estaban listos para pintar. Nunca más volvió a pintar, pero tampoco quiso salir del horno ni de sus libros y revistas. “De golpe me vuelven a dar ganas de pintar”. Nunca se pudo averiguar que la motivó o desmotivó para guardar los pinceles.
Pero no podía dejar ociosas sus manos y se dedicó a bordar con primor. Sus hijos y nietos conservan toallas, pañuelos, manteles, cuadros, todos primorosamente calados y bordados.
Durante muchos años, premiaba a sus allegados y a amigos muy especiales, como sus médicos, con deliciosos ponqués y tortas, que le hacía llegar en Navidad o cumpleaños.
Era inflexible con el orden, equilibrio y armonía de sus cosas, cuadros, muebles, armarios, etc. Las cosas debían estar donde ella las colocaba. Y tenía razón, su  buen gusto no le permitía tolerar las cosas mal colocadas, mal escogidas. Y no solo en su casa, sino en casa de sus hijos y hasta de sus amigos, no dudaba en pararse a enderezar un cuadro o a colocarlo en el sitio que su buen gusto le indicaba.
Esa pasión femenina por las compras no fue ajena a ella. Las gozaba infinito. Los viajes, y fueron muchos y a todas partes del mundo, le dieron oportunidad de gozarse sus compras y de traer todo tipo de cosas: cuadros, curiosidades, porcelanas, cristales.
Regañaba, en fin de fines mujer, pero perdonaba de inmediato y sus rabietas eran por el desorden que un nieto le dejaba, porque no le entendían rápidamente lo que quería o pedía. Pero siempre fue pródiga en dar cariño.
Apegada a su apartamento, a sus rincones favoritos, a su canario melodioso, a su vecindario, a su grupo de costurero, no aceptaba fácilmente los cambios bruscos. Por ello sus dudas y vacilaciones finalmente vencidas para cambiarnos de apartamento en donde vivimos más de 25 años, para el nuevo que lamentablemente solo alcanzó a disfrutar por un mes.
Soportó con un valor y una entereza increíbles su enfermedad, desde el doloroso momento en que se nos notifica el diagnóstico de cáncer, y del peor de esa maligna enfermedad, hasta el m omento en que se nos quedó dormida para siempre. Jamás abandonó su optimismo y siempre programaba actividades para “cuando me aliente”. No dudó en que saldría adelante y estas ganas de vivir, le permitieron regresar casi moribunda de Bogotá, para recuperarse temporalmente y dirigir los acabados de su nuevo apartamento y programar unos viajes de acción de gracias que de todos modos haremos sin ella físicamente pero si llevándola en el alma.
Su viaje final fue plácido, se fue quedando dormida mientras la arrullábamos. Murió el día anterior a su cumpleaños, fiesta que todos los años le celebrábamos, estuviéramos donde fuera. El anterior lo celebramos todos en Buenos Aires en donde estuvo feliz, pero al regresar empezó a sentir lo que ella pensaba eran molestias digestivas: gastritis decía.
Sus honras fúnebres le salieron como ella lo hubiera programado, pues a ella “todo le sale bien”. Y de verdad que unos años antes, cuando el cáncer no pasaba por nuestras mentes, ella compró su sitio para sus cenizas en la iglesia parroquial, determinó que debería ser cremada y que a su funeral fuéramos de blanco. Pese a que amaba las flores (solo se dejaba tomar fotos si se incluían flores en el la foto) había pedido desde años antes que en lugar de flores se mandaran contribuciones a obras sociales, en especial a la obra de la madre Teresa de Calcuta. Todo se cumplió. El párroco en su homilía destacó el pasaje bíblico de la “mujer fuerte” el cual correspondía en un todo a su modo de ser. Su nieto Alvarito se lució leyendo los apartes correspondientes en la misa de cenizas presentes. Y en su memoria se continuarán apoyando obras sociales, en silencio, sin figuraciones, como lo hacía ella.
Todos quedamos en paz, y una dulce melancolía nos envuelve, pero ella quiere que sigamos felices y en honor a ella, así lo haremos. Hoy entendemos el significado de las saudades que embargan a los portugueses: “la presencia de la ausencia”.
Sus anécdotas simpáticas son muchas, y es corto el espacio de hoy para escribirlas, pero este es solo un primer capítulo sobre tantas cosas que podemos recordar de Margarita y que poco a poco entre sus hijos, sus nietos, nueras, yerno, amigos y yo, iremos recordando y escribiendo.