viernes, 20 de abril de 2012

Hablando de Mujeres...

Hablando de mujeres podríamos pasar muchas horas de memorioso dialogo. Para delimitar tan extenso y vidrioso tema, solo me referiré a una clase especial: mujeres que físicamente no existieron, pero que sin haber existido perduran. Siguen y seguirán vivas pues sus creadores le imprimieron tal identidad que se convirtieron en prototipos humanos. Son las hijas de la prodigiosa imaginación del escritor que las inmortalizó
Como estas mujeres no existieron podemos enamorarnos de ellas sin  temor a despertar celos, o también  podemos odiarlas sin  ganar resentimientos. Es lo propio de esos caracteres, que son objeto de amores o de odios, pero no de desprecios. Por hoy escogí a mi personal gusto unas pocas entre las muchas protagonistas de novelas y leyendas. Otro día podremos ocuparnos de algunas más, en especial de aquellas mujeres peligrosas.
Una de mis favoritas es la dulce y querida Larisa,  Lara o Laruchka, del doctor Zhivago, que además es la única imagen femenina, dulce y amable creada durante el imperio de los soviets. Lara es la imagen de la mujer en tiempos de revolución. Su creador Boris Pasternak nos ha dejado una mujer inolvidable, que hasta tiene tema musical propio: La canción de Lara. El destino colocó a Lara en una época de grandes convulsiones y violencia: la revolución rusa, la caída del duro imperio de los zares y la sangrienta instalación del no menos sanguinario imperio soviético. Lara queda entre dos fuegos: su novio de juventud ahora convertido  comandante comunista, fanático y cruel. El destino permite el reencuentro con el doctor y poeta Zhivago, ahora secuestrado por la tropa roja, alejado de su hogar, su esposa, y sus hijos. Trágicos años de revolución y guerra. Familias separadas que jamás se volverían  a encontrar. El destino vuelve a jugar en contra de los dos y los separa. Zhivago nunca volverá a saber ni de su esposa a quien también amaba, ni de Lara. Es además el dilema de dos mujeres igualmente amadas.
Una encantadora y aristocrática: Ana Karenina: Veamos cómo la describe su creador León Tolstoi en el momento en que por azar se encuentra en el tren con el galante conde Vrosky:  “Una sola mirada bastó a Vronsky para comprender con su experiencia de hombre de mundo, que aquella señora pertenecía a la alta sociedad. Pidiéndole permiso, fue a entrar en el vagón, pero sintió la necesidad de volverse a mirarla,  no solo porque era  muy bella, no solo por la elegancia y la gracia que emanaban de su figura, sino por la expresión infinitamente suave y acariciadora que apreció en su rostro al pasar ante él.  Cuando Vronsky se volvió, ella también volvió la cabeza. Sus brillantes ojos pardos, sombreados por espesas pestañas, se detuvieron ante él con amistosa atención, como si se reconocieran, y luego se desviaron mirando a la multitud como buscando a alguien. En aquella breve mirada Vronsky tuvo tiempo de observar la reprimida vivacidad que iluminaba el rostro y los ojos de aquella mujer y la casi imperceptible sonrisa que se dibujaba en sus labios de carmín. Se diría que toda ella rebosada, de algo contenido, que se traslucía, a su pesar, ora en el brillo de su mirada, ora en su sonrisa.” Desde ese momento se presentía que el adulterio era inevitable. Ella aristocrática mujer casada con un ministro, pero inconforme con su monótono matrimonio, se enamora  locamente enamorada y desafía las normas sociales y morales de su momento.
Gustave Flaubert creó a “Madame Bovary”, adultera al igual que Anna Karenina en una época en que la infidelidad era objeto de repudio moral y social. Pero a diferencia de Anna aristócrata, espontáneamente distinguida y realista, Emma Bovary, pese a ser una mujer bella, carece de estos dones: hija de un modesto granjero, criada en  un medio mediocre, casada con un medico igualmente mediocre, alimentada con novelas melodramáticas y románticas, se crea una imagen de sí misma fuera de la pobre y prosaica realidad que la rodea. Ema, choca con la realidad: su matrimonio no le da la posición que ella esperaba,  Carlos Bovary su  marido no es el brillante profesional que deseaba sino un hombrecito mediocre que además está envejeciendo y no le inspira ninguna admiración. Busca en un amante el romance que sueña. Inconforme con su posición social desea más figuración, cambia de amante, gasta más de lo que su marido gana, se endeuda. Su nuevo amante la deja. Sus sueños se derrumban. Toma la determinación trágica y  recurre al suicidio con veneno.
Emma Bovary encarna a la  mujer que se rebela contra su destino y que rompe las barreras y convencionalismos para satisfacer sus sueños, sus pasiones y sus ambiciones. Rompe el prototipo de la dama romántica, casta, hogareña imperante hasta ese  momento y da paso a un nuevo tipo de mujer desinhibida. Hoy esa mujer no se habría suicidado. Una pregunta a los señores: ¿Por casualidad conocen o han bailado con alguna Emma Bovary?
Margaret Yourcenar nos trae dos personajes femeninos muy poco comunes: Sophie  la activista revolucionaria rusa de “El tiro de gracia”, dramática mujer, que desde niña se enamora del amigo de su hermano, pero que nunca fue aceptada como novia, solo como “la hermana del amigo”, figura que todos hemos vivido y conocido. La tragedia de amores en tiempo de guerra civil enfrenta a ella revolucionaria, contra el amor de su niñez, ahora oficial zarista. Es guerra a muerte. Prisionera del grupo zarista encarara su fusilamiento y le pide al hombre que desconoció su amor y con quien compartió su niñez y adolescencia, que sea él quien le dé el tiro de gracia. Era la revolución rusa, la misma guerra que sufrió la Lara de Zhivago.
Ana de la Cerda (Anna sóror...). El otro personaje femenino, de inquietante complejidad es la protagonista de su narración  "Ana, soror...", doña Ana de la Cerda, la hija de don Álvaro de la  Cerda virrey español de Nápoles. Ana y su hermano don Miguel, los dos muy jóvenes quedan solos al morir su madre.  Comparten en su castillo-palacio aficiones literarias y piadosas…, todo va llevando al inevitable drama del incesto, físicamente fugaz, pero determinante para signar la vida de sus protagonistas.
 Simenon el otro gran monstruo de la  novela francesa se dedica con mayor énfasis a crear personajes masculinos extraordinariamente bien definidos, como es el comisario Maigret, pero es parco en crear personajes femeninos de impacto. Sin embargo crea mujeres de paso, que identifican numerosos prototipos humanos simples: la portera de edificios, la costurera romántica, la vieja avara, la amante interesada y exigente, la buena y diligente esposa y crea a madame Maigret, la comprensiva esposa del comisario, quien no necesita hablarle mucho para que ella lo entienda. Encarna a la esposa amable, buena cocinera, compañera de inquietudes, de viajes, de ir al cine, en fin de hacer amable la matrimonial rutina diaria.
Enrique Ibsen el dramaturgo escandinavo es el padre de la amable, incomprendida, inconforme y adorable Nora, la de la “Casa de Muñecas”. Nora es la representación de la mujer “bien casada”, culta, amable, inteligente, pero que abandona la “casa de muñecas” con  la que su marido creía que le daba todo. Todo menos comprenderla y menos aún comprender la magnitud de lo que ella en años anteriores hizo para salvar a su marido. Nora es la mujer más plenamente femenina y moderna de su siglo diecinueve. “La felicidad que creía poseer –con su casa, sus hijos y sus caprichos para los demás– resulta ser un espejismo y ante eso lo mejor es marcharse,....”
Habrá ocasión para seguir hablando de mas mujeres fascinantes, entre las cuales será necesario dedicar un capítulo a las mujeres peligrosas.