Hablando de mujeres podríamos pasar muchas horas de
memorioso dialogo. Para delimitar tan extenso y vidrioso tema, solo me referiré
a una clase especial: mujeres que físicamente no existieron, pero que sin haber
existido perduran. Siguen y seguirán vivas pues sus creadores le imprimieron
tal identidad que se convirtieron en prototipos humanos. Son las hijas de la
prodigiosa imaginación del escritor que las inmortalizó
Como estas mujeres no existieron podemos enamorarnos de
ellas sin temor a despertar celos, o
también podemos odiarlas sin ganar resentimientos. Es lo propio de esos
caracteres, que son objeto de amores o de odios, pero no de desprecios. Por hoy
escogí a mi personal gusto unas pocas entre las muchas protagonistas de novelas
y leyendas. Otro día podremos ocuparnos de algunas más, en especial de aquellas
mujeres peligrosas.
Una de mis favoritas es la dulce y querida Larisa, Lara o Laruchka, del doctor Zhivago, que
además es la única imagen femenina, dulce y amable creada durante el imperio de
los soviets. Lara es la imagen de la mujer en tiempos de revolución. Su creador
Boris Pasternak nos ha dejado una mujer inolvidable, que hasta tiene tema
musical propio: La canción de Lara. El destino colocó a Lara en una época de
grandes convulsiones y violencia: la revolución rusa, la caída del duro imperio
de los zares y la sangrienta instalación del no menos sanguinario imperio
soviético. Lara queda entre dos fuegos: su novio de juventud ahora
convertido comandante comunista, fanático
y cruel. El destino permite el reencuentro con el doctor y poeta Zhivago, ahora
secuestrado por la tropa roja, alejado de su hogar, su esposa, y sus hijos. Trágicos
años de revolución y guerra. Familias separadas que jamás se volverían a encontrar. El destino vuelve a jugar en
contra de los dos y los separa. Zhivago nunca volverá a saber ni de su esposa a
quien también amaba, ni de Lara. Es además el dilema de dos mujeres igualmente
amadas.
Una
encantadora y aristocrática: Ana Karenina: Veamos cómo la describe su creador León Tolstoi en el momento en que por azar se encuentra
en el tren con el galante conde Vrosky: “Una
sola mirada bastó a Vronsky para comprender con su experiencia de hombre de
mundo, que aquella señora pertenecía a la alta sociedad. Pidiéndole permiso,
fue a entrar en el vagón, pero sintió la necesidad de volverse a mirarla, no solo porque era muy bella, no solo por la elegancia y la
gracia que emanaban de su figura, sino por la expresión infinitamente suave y
acariciadora que apreció en su rostro al pasar ante él. Cuando Vronsky se volvió, ella también volvió
la cabeza. Sus brillantes ojos pardos, sombreados por espesas pestañas, se
detuvieron ante él con amistosa atención, como si se reconocieran, y luego se
desviaron mirando a la multitud como buscando a alguien. En aquella breve
mirada Vronsky tuvo tiempo de observar la reprimida vivacidad que iluminaba el
rostro y los ojos de aquella mujer y la casi imperceptible sonrisa que se
dibujaba en sus labios de carmín. Se diría que toda ella rebosada, de algo
contenido, que se traslucía, a su pesar, ora en el brillo de su mirada, ora en
su sonrisa.” Desde ese momento se presentía que el adulterio era inevitable.
Ella aristocrática mujer
casada con un ministro, pero inconforme con su monótono matrimonio, se
enamora locamente enamorada y desafía
las normas sociales y morales de su momento.
Gustave
Flaubert creó a “Madame Bovary”, adultera al igual que Anna Karenina en una
época en que la infidelidad era objeto de repudio moral y social. Pero a
diferencia de Anna aristócrata, espontáneamente distinguida y realista, Emma
Bovary, pese a ser una mujer bella, carece de estos dones: hija de un modesto
granjero, criada en un medio mediocre,
casada con un medico igualmente mediocre, alimentada con novelas melodramáticas
y románticas, se crea una imagen de sí misma fuera de la pobre y prosaica
realidad que la rodea. Ema, choca con la realidad: su matrimonio no le da la
posición que ella esperaba, Carlos
Bovary su marido no es el brillante
profesional que deseaba sino un hombrecito mediocre que además está
envejeciendo y no le inspira ninguna admiración. Busca en un amante el romance
que sueña. Inconforme con su posición social desea más figuración, cambia de
amante, gasta más de lo que su marido gana, se endeuda. Su nuevo amante la
deja. Sus sueños se derrumban. Toma la determinación trágica y recurre al suicidio con veneno.
Emma
Bovary encarna a la mujer que se rebela
contra su destino y que rompe las barreras y convencionalismos para satisfacer
sus sueños, sus pasiones y sus ambiciones. Rompe el prototipo de la dama
romántica, casta, hogareña imperante hasta ese
momento y da paso a un nuevo tipo de mujer desinhibida. Hoy esa mujer no
se habría suicidado. Una pregunta a los señores: ¿Por casualidad conocen o han
bailado con alguna Emma Bovary?
Margaret
Yourcenar nos trae dos personajes femeninos muy poco comunes: Sophie la activista revolucionaria rusa de “El tiro
de gracia”, dramática
mujer, que desde niña se enamora del amigo de su hermano, pero que nunca fue
aceptada como novia, solo como “la
hermana del amigo”, figura que todos hemos vivido y conocido. La tragedia
de amores en tiempo de guerra civil enfrenta a ella revolucionaria, contra el
amor de su niñez, ahora oficial zarista. Es guerra a muerte. Prisionera del
grupo zarista encarara su fusilamiento y le pide al hombre que desconoció su
amor y con quien compartió su niñez y adolescencia, que sea él quien le dé el
tiro de gracia. Era la revolución rusa, la misma guerra que sufrió la Lara de
Zhivago.
Ana de
la Cerda (Anna sóror...).
El otro personaje femenino, de inquietante complejidad es la protagonista de su
narración "Ana, soror...",
doña Ana de la Cerda, la hija de don Álvaro de la Cerda virrey español de Nápoles. Ana y su
hermano don Miguel, los dos muy jóvenes quedan solos al morir su madre. Comparten en su castillo-palacio aficiones
literarias y piadosas…, todo va llevando al inevitable drama del incesto,
físicamente fugaz, pero determinante para signar la vida de sus protagonistas.
Enrique
Ibsen el dramaturgo escandinavo es el padre de la amable, incomprendida,
inconforme y adorable Nora, la de la “Casa de Muñecas”. Nora es la
representación de la mujer “bien casada”, culta, amable, inteligente, pero que
abandona la “casa de muñecas” con la que
su marido creía que le daba todo. Todo menos comprenderla y menos aún
comprender la magnitud de lo que ella en años anteriores hizo para salvar a su
marido. Nora es la mujer más plenamente femenina y moderna de su siglo
diecinueve. “La felicidad que creía poseer –con su casa, sus hijos y sus
caprichos para los demás– resulta ser un espejismo y ante eso lo mejor es
marcharse,....”
Habrá
ocasión para seguir hablando de mas mujeres fascinantes, entre las cuales será
necesario dedicar un capítulo a las mujeres peligrosas.