El que espera desespera
Cúcuta
es, y ha sido una ciudad afortunada: en medio de sus peores momentos no solo ha
sobrevivido, sino que ha renacido como un Ave Fénix.
No
habían cesado las replicas del terremoto que la arrasó totalmente en 1875,
cuando los cucuteños de ese entonces tuvieron la fortuna de que el gobierno no
ofreció ayudas, ni reconstrucciones, ni estudios de suelos, ni subsidios para
los damnificados. Tampoco las pidieron. Los cucuteños sabían que tenían que
reconstruir su querida ciudad ellos solos, con su propio esfuerzo, sin pedir ni
esperar ayudas. Y de manera unánime asumieron esa responsabilidad. La
reconstruirían en el mismo sitio.
Se
ordenó elaborar el plano de la nueva ciudad, en el cual la ubicación de las
calles no coincidía, no podía coincidir, con las antiguas calles y carreras,
pues las vías deberían ser muy amplias. En un ejemplar acto de entendimiento
colectivo todos aceptaron que sus casas quedaran no precisamente sobre las
ruinas de la anterior, sino donde el nuevo diseño urbano las ubicara. Un año
después la ciudad renacía, más hermosa, mas prospera. Y repito: sin ayudas de
ningún gobierno, sin esperar ningún subsidio, sin las poderosas excavadoras y máquinas
de hoy. Solo con el espíritu solidario en donde ricos y pobres aportaron en la
medida de sus capacidades. Una excepción: se dice que su majestad británica, la
reina Victoria amante del chocolate que le enviaban de los valles de Cúcuta, al
conocer la noticia del terremoto envió
una donación con destino a la reconstrucción del hospital de la ciudad.
Poco
después la ciudad volvió a ser asolada y semidestruida por el sitio a que fue
sometida en la guerra civil de los mil
días. Igualmente sin subsidios ni ayudas, la ciudad renació y con ella la
industria y el comercio.
Cincuenta
años después la ciudad sufrió la avalancha de los verdaderos desplazados de
nuestros pueblos y campos, que buscaban (buscábamos) sobrevivir en nuestra
cálida ciudad. Por supuesto que en esos años
no existía ley de protección, subsidios e indemnizaciones a las víctimas.
A esos desplazados, les tocó trabajar. Y trabajando prosperaron. A su presencia
se debe la existencia de numerosos y gratos barrios ya consolidados de la
Cúcuta actual.
¿De
Gramalote qué? En este nuevo milenio, a las gentes del querido Gramalote las
tienen esperando el cumplimiento de promesas, la ubicación del sitio, la
elaboración de estudios de suelos, el pago de subsidios. No quiero ser profeta
pero me temo que se quedarán esperando si ellos mismos no optan por aceptar que nada les va a
llegar, o que llegará demasiado tarde y a contravía del gusto de sus gentes.
Aceptar igualmente que si quieren salvar su heredad les tocará a ellos mismos
reconstruir lo que fue y sigue siendo suyo. Algunos ya lo han entendido así y cansados de esperar lo que
nunca va a llegar, están regresando a sus lares para emprender una
reconstrucción a su gusto y conforme a su carácter regional y no conforme a
diseños y planos efectuados en la distante y esquiva Bogotá. Sé que un estudio
de ingenieros locales, indica que el mejor sitio para reconstruir a Gramalote
es el mismo sitio actual desechando, por supuesto, la zona inestable que
produjo el desastre.
Inicié
esta página diciendo que al igual que el Ave Fénix, Cúcuta es afortunada y me
reafirmo en lo dicho, pues no solo ha
sobrevivido a terremotos, inundaciones, invasiones por el arribo no planificado
de gentes de todos los confines de Colombia, sino que ha sobrevivido a pesar de
la cortedad de metas de sus alcaldes (de algunos, para no generalizar), concejales y parlamentarios.
Por
último: A los gramaloteros les recomiendo releer “El coronel no tiene quien le escriba”.