sábado, 30 de abril de 2011

Los Nule. ¿Un caso de responsabilidad social compartida?

Los Nule. ¿Un caso de responsabilidad social compartida?

Mucho se ha dicho en todos los medios sobre el “El Caso Nule”: se han presentado acusaciones, se han revelado documentos, se ha salpicado a unos cuantos personajes, se han oído las declaraciones de los mismos jóvenes  Nule (sí jóvenes pues apenas rondan los 40 años o menos). Se les ha condenado mediáticamente y se  hacen cálculos sobre los años de prisión que soportarán. Se conocen públicamente los métodos empleados, los sobornos, el manejo del dinero. Es decir todo el andamiaje externo de las maniobras que terminaron por causar  graves daños al patrimonio público, a la malla vial de Bogotá y de otras regiones, y que llevó a la cárcel a sus protagonistas y colaboradores.

Un  buen criminalista, no quedaría contento con solo descubrir los hechos e inculpar a los autores. El buen criminalista sabe que todo crimen tiene antecedentes, motivaciones, estudio de la personalidad y carácter de los protagonistas de los hechos. Una investigación criminal debe estudiar el medio ambiente en donde se desarrollaron las acciones delictivas, el entorno social que envuelve al delincuente, sus conceptos y valores morales, etc.

Si al “Caso Nule” le hiciéramos el análisis del entorno social y moral que rodeó a estos ejecutivos,  podríamos obtener un diagnostico no solo de este caso en particular sino del estado para-delincuencial en que se mueven  numerosos ejecutivos, financistas, contratistas y funcionarios.

La sociedad, a través de todos los medios: cine, TV, revistas, prensa, publicita permanentemente a los ejecutivos exitosos, publican sus estados financieros,  analizan sus empresas, muestran sus nuevas y lujosas adquisiciones, pues al igual que los personajes de la farándula, desean ser miembros del Jet Set.

Los ejecutivos que no logran encasillar en ese tren de vida son considerados dentro de la escala actual de valores como unos “perdedores”. Los que figuran en TV, revistas y prensa son los exitosos.  Jóvenes y cincuentones que hayan alcanzado ese tipo de éxito se sienten fracasados. Se desarrolla de manera colectiva el síndrome de temor al fracaso y al menosprecio social.

Hace pocos años la revista Semana presentó al grupo Nule como un ejemplo de ejecutivos exitosos. Se narraron todas sus actividades y el entramado de sus empresas, asociaciones, uniones temporales, licitaciones, y el lujoso tren de vida que llevaban gracias a su éxito empresarial. Eran un modelo a seguir por los aspirantes a ser empresarios exitosos.  Hoy la misma revista los desnuda y los presenta como el símbolo del fracaso empresarial. Pero nadie entra a analizar hasta qué punto la misma sociedad, la misma prensa,  los mismos sistemas de contratación son igualmente responsables de que se dé este tipo de “éxito”. Porque el caso de los Nule, es solo un caso entre los muchos que en cualquier momento puede estallar.

Al igual que los Nule, muchos “ejecutivos” se lanzan en busca del éxito dotados de un diploma, de algún amigo influyente, eventualmente de un papá medianamente rico, y sobre todo de  mucha audacia e imprudencia. Los empuja la necesidad de ser exitosos y el asco de ser considerados “perdedores” o “losers” como dicen los más refinados por ser bilingües. Todos saben y predican que “sin comisiones no hay contratos”.

Estos impetuosos empresarios tienen características comunes: Creen que el éxito es tener dinero y fama.  Creen que para alcanzar el éxito todo vale. Por lo mismo asumen todo riesgo y la imprudencia es lo normal, juegan a que todo les salga bien. Todos miran a su competencia por un retrovisor que tiene lente de aumento y por ello quieren tener más que los otros. Hacen alianzas con cualquiera a quien ellos crean que les sirve a sus propósitos, sin importar sus referencias. No hay objeciones de conciencia y todo escrúpulo se pierde.

Por ello no debe extrañar la famosa frase de uno de los Nule de que “la corrupción es inherente al género humano”. Ellos y muchos otros ejecutivos así lo sienten y lo creen,  pues para lograr su fulminante pero efímero éxito se vieron en la necesidad de sumergirse en ese mar de corrupción.  Me pregunto: ¿Hasta qué punto los Nule y los funcionarios y políticos pedigüeños son los únicos culpables?  Yo enjuiciaría también al medio empresarial competitivo e inescrupuloso. Al sistema en que se desarrolla la contratación oficial. A los medios que proclaman y endiosan en las páginas sociales y en las empresariales  a los “exitosos” lo cual invita a otros a emularlos por cualquier medio. Y también a la academia que no enseña desde las aulas la eterna vigencia de principios éticos.

También al establecimiento que no ha sido capaz siquiera de “Reducir la corrupción a sus justas proporciones”, cómo pragmáticamente dijo el presidente Turbay, ya que será bien difícil, casi que utópico, erradicarla totalmente.







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